Bucea por KukupaPunda Productions

sábado, 26 de mayo de 2012

Cap. 1X11 ¡esto se acaba!

 

Transcurría ya la tercera vista del juicio contra Faustino. El marcador al descanso reflejaba un empate a 2, ya que Iturralde González, a instancias de su juez asistente, Rafa Guerrero, había anulado un gol de chilena a Faustino en una decisión para la moviola de Pedro Ruiz. "Rafa, joder, ¡me cago en la madre que me parió!", había exclamado Carl ante tan polémica decisión.

Habían desfilado ya por el tribunal toda la población de Valdebárcena, y el viejo burro del tío Casimiro en calidad de testigo, a instancias del obstinado fiscal de la acusación, que hacíase llamar Winona Ryder. Aportó un par de rebuznos que hicieron temblar el suelo de la sala de lo penal nº 12 del juzgado de Oviedo, pero no se pudo demostrar que fuera una prueba feaciente e inculpadora.

Si bien a la primera vista Faustino acudió con una sobreingestión etílica que ocasionó más de un dolor de cabeza a su abogado, ya por la tercera se le notaba más lúcido, más coherente, menos distraído. De todos modos el insigne Carl Schmitt estaba obligado a hacer encaje de bolillos (y mandar billetes de los moraos a todo kiski) para defender al perspicaz clérigo astur, pues si bien Faustino había alcanzado un status quo émulo al de una estrella del rock tipo Bono, por su destreza y mejor tino al impartir la Sagrada Palabra, demostró ser un pedazo de zascandil a la hora de enfrentarse a la justicia. De hecho, a punto estuvo el licenciado alemán de dejarle allí, solo contra todos, a lo Steven Seagal, si no fuera por su superlativo espíritu de compañerismo, sin duda alguna fruto de su origen germano y nazi.

En la cadena Cope, Pepe Domingo Castaño pronunciaba esas palabras tan características de "RRRRRRRRRonnnnda informativaaaaa". Eran las 5 de la tarde de aquel sofocante mes de Mayo, y los micrófonos de los enviados especiales de dicha clerical emisora, transmitían el interminable proceso.

Era turno para la defensa. Con la venia, Carl levantóse y cogió un montón de hojas que tenía preparadas para la ocasión, aunque de poca ayuda le iban a ser, pues tenía preparada la solución final, y  acercóse lentamente hacia el atril del magistrado. Entonces pronunció unas palabras que nadie, nadie, podrá olvidar nunca jamás, porque eran recuerdos de tiempos que todavía no habían pasado.

- Llamo en calidad de testigos a Kukupa Punda. Dijo el abogado.

Toda la sala estremecióse, angustióse y quedóse sin una gota de sangre en los bolsillos. Incluso el jurado popular, entre ellos un jovencísimo Walter Benjamin, promulgador de la teoría de la sublimación en el arte, curtido en mil batallas con sofisticados neo-cualquiercosistas (porque el arte es como un buen plato de alubias con chorizo: se repite). Incluso él, que había conocido a Panera y no solo en el Da2, sino a nivel personal, y había soportado con estoica paciencia sus interminables relatos sobre el arte, la música, la moda, el cine, el éxtasis de Bélgica (excelente a su parecer) y el protocolo de Kioto; todo ello mezclado en heterogénea eclecticidad ideológica. Incluso él, estaba amedrantado.

La idea de la aparición de los Kukupa Punda había envuelto la coqueta sala judicial en un amasijo de nervios, dudas, miedos, filias, fobias y algún que otro ataque de pánico o risa histérica, según fuentes presenciales.

Todo el mundo recordaba la última vez que ese par de personajes hicieron aparición. Se cagaron en el fútbol y portaron una pancarta gigante a todos los campos que pudieron en la que se leía: "MESSI ES RETRASADO Y ESTÁ MUY BIEN REMUNERADO". O aquella otra cuya leyenda era acaso más hiriente, "CRISTIANO RONALDO ES UN COMEPOLLAS".

No se cortaban un pelo, el par de especímenes, y su ataque no solo se dirigía al balompédico deporte de masas. No, ni mucho menos. También profanaban tumbas y jugaban a dejar cadáveres en las puertas después de tocar el timbre y salir a correr. También bebían wisky, y cerveza, y agua con gas los días de extreñimiento, y después maldecían el wwisky, la cerveza y su puta madre. Insultaban a las viejas y pegaban a los niños si no les daban el bocadillo en el recreo. Extorsionaban a los empollones, dejaban a los ciegos en mitad de los pasos de cebra que solo ellos veían. Así, de buenro. Se partían el culo tirando onzas de mierda a las ventanas del ayuntamiento, y mirando como corrían los gatos que ungían con gasolina y les daban fuego. Ellos eran diferentes.

Eran una especie de azote social, se ganaron a pulso el estigma social y el estereotipo de subversivos, canallas, currosjiménez y kaleborrokas. Les catalogaron como personas non grata incluso en el bar de la esquina, incluso en la Taberna de Ángel se mascullaba que en cualquier momento podían liarla sin escrúpulo ni respeto alguno.

Debido todo esto, la tótem conservadora Esperanza Aguirre ordenó encerrarles en la caja de Pandora, y no dejarles salir so pena de condena universal.

Carl, ya fuere por ayudar a Faustino debido a la férrea amistad que se forjó entrambos, o simplemente porque no quería bajo ningún concepto perder su reputación ganadora, había desobedecido a uno de los gurús más importantes a nivel nacional, regional, comarcal y universal. El caso es que se había pasado por el forro de los cojones unos cuantos decretos leyes, ajustes judiciales y varios semáforos en rojo, y había invocado a los Kukupa sin nisiquiera haber juntado las bolas de dragón.

Allí estaban ellos, los KUKUPA PUNDA. Ahora mismo podía pasar cualquier cosa.

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