Bucea por KukupaPunda Productions

lunes, 28 de enero de 2013

Angio. La vida sin FACEBOOK cap.II


 
 


Andróginos volvió a la cama con Georgiaaàs todavía sonámbulo de su devaneo tan sugerente. Había imaginado todo el mundo como un diario desnudo, abierto de piernas. Enseñando lo que pasa en páginas enteras de ciudades con muros que contaban, anunciando, enseñando, mostrando y compartiendo,  todo lo que pasa en las calles, a las que nuestro risueño protagonista imaginó como muros anónimos pero a la vez tan de todos un poco. Un poco como el aire. Anónimo pero de todos y para todos.

Pues así imaginaba Andróginos el mundo en esta situación que había encontrado al salir de la habitación: la vida sin facebook.

Abrió la puerta de la habitación y vio la silueta femenina de Georgiaaàs, envuelta todavía en el distraído paisaje del sueño. Envuelta en mantas. Antes de meterse en la cama encendió la tele y coincidió con un matinal de noticias en TeleAtenas, presentado por el prestigioso Mathíos Pratos, relegado al matinal desde hace algún tiempo al parecer por ligeras desaveniencias con la dirección de los informativos. Su próximo destino sería la puta calle. Sin declinaciones. Pero eso todavía no acontece. Lo que acontece es que Andróginos encendió la tele y dejó las noticias, porque Mathíos precisamente hablaba en esos momentos del suceso de la desaparición de la archiconocida red social. En ese momento se mostraban imágenes de ciudades de Latinoamérica, de Méjico, Argentina o Chile, donde cada vez eran más el número de ellas que amanecían con sus paredes colmadas de fotos, imágenes o comentarios, algunos breves, otros más extensos, de muros enteros contando historias. Dibujos, folios en blanco que reclamaban también la necesidad de vacío. Los había que se las apañaban para hacer sonar canciones. Dejaban un radiocassette o incluso los había que se quedaban en un sitio cantando una canción (o varias) durante horas. En Nueva York, incluso había visionarios que se habían lanzado a "publicar" códigos QR con toda la información que quisiesen compartir en edificios enteros que vieron como sus pantallas de led quedaron súbitamente en un segundo plano. Es lo que tiene la tecnocratización.
Andróginos se quedó perplejo. Por lo visto su devaneo había sido el devaneo de miles de personas y miles de personas que lo estaban haciendo realidad. Sin embargo no cayó en una excesiva sorpresa, sino que acaso asumió. Y quiso saber más. Buscó con el mando a distancia una mayor perspectiva que los informativos de TeleAtenas, y de repente cambiar de canal en el TDT le pareció absurdo. Por lo que apagó la televisión y decidió acudir a internet, aunque ello supusiese tener que recurrir a su viejo y extenuado portátil.

Georgiaaàs aún dormía y era ajena a todo, y Andróginos prefirió no interrumpir su sueño. Ya se lo habían estado interrumpiendo mutuamente tantas veces como el deseo quiso durante nosecuántos días seguidos, en una sesión monotemática de amor sabor sudor y sexo, estupor y saliva, sabor a furtiva despreocupación y con el color solamente de lo irrechazable, con variaciones intermitentes de sueños de más que se consumaban, inevitablemente, con más sudor y sexo, y arañazos y besos y orgasmos y gritos y la habitación de su acogedor apartamento como el camarote de un submarino a cientos de metros bajo el océano, impregnado todo el ambiente de una presión mordaz fruto del profundo apasionamiento. Una presión que no dejaba ni respirar.

Se levantó con cuidado y volvió a salir al salón. Encontró en lo desordenado de la sala un motivo más para inmiscuirse en aquel sorprendente pero curioso acontecimiento: el de las fachadas como muros de facebook. "Los edificios a partir de ahora serían pa-redes sociales", pensó divertido mientras encendía el ordenador.

Mientras el aparato efectuaba su lento y cansado protocolo de inicio Andróginos volvió la mirada a la ventana que daba justamente a la Acrópolis, donde unos 15 minutos antes había dibujado una mano y un "ME GUSTA". Volvió a contemplar la imagen. El sol ya se había elevado por encima del conjunto arquitectónico clásico y se le antojó una especie de cometa que se le escapaba a cualquier trasnochador absorto en la lucha de los bares cerrados.

El decrépito Toshiba comenzó a mostrar su escritorio de inicio más rápido de lo habitual y nuestro intrigado protagonista esbozó una sonrisa.

Todo podía pasar.




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