Bucea por KukupaPunda Productions

lunes, 25 de marzo de 2013

Cap.3 "O ellos o yo"


En el fresco albor de la madrugada, en esas intempestivas horas que, suelen ser desconocidas, Pedro María despertóse sobresaltado. Vio a su bella Sofía dormida en su hombro, no la quería despertar. Sin hacer ruido encendió el contacto del coche para poder mirar bien qué hora era. Se enervó aún más al comprobar que eran las seis y media de la mañana y, como era evidente, se habían quedado dormidos. Pero él no la quería despertar. De sobra sabía que el revuelo estaba formado en ambas casas. Y lo cierto es que tanto en la lujosa hacienda de los Segura-Roldán tanto como en la modesta casita blanca de los Montijo no se habían apagado las luces en el transcurso de la noche. Toño se lamentaba de no haber cortado por lo sano esa relación en cuanto se enteró. Llegó a pensar en todo tipo de fechorías y, es que, el odio entre las dos familias se hacía más latente en aquellos momentos de tensión. Paloma sabía que su hija no se podía haber marchado sin habérselo comunicado antes y eso es lo que lo hacía todo más ansioso. Además, no dejaba de darle vueltas, aún, a aquellas palabras pronunciadas por la arrogante matriarca de los Segura horas antes en esa incómoda conversación telefónica. La noche había sido un vaivén de llamadas telefónicas, de guardias y agentes de la policía entrando y saliendo del recinto, de cigarros y algún que otro chupito de ese Brandy añejo que se guardaba para las ocasiones especiales para templar los nervios. Toño daba vueltas por la casa como un descosido y tenía en mente ir al palacete de los Segura-Roldán a primera hora de la mañana si el problema no se había resuelto. Enrique , sin haber dormido ni una hora empezó su jornada, como todas las mañanas, a las Seis en punto. Arrancó el tractor, aquella mañana con menos ganas que nunca. Amanecía en la fresca Sierra de Cazorla cuando marcaba el reloj las 6:47 (de la pareja ni rastro) a la vez que se comenzaba a escuchar el primer rugir de los motores de la maquinaria agrícola, sustento del valle.
Pedro, en el interior del coche, sin muy bien saber qué hacer apuraba las últimas caladas de un cigarro, mas el sueño de Sofía era profundo. Acomodada en el regazo de su amado, ni tan siquiera el humo le había despertado. Pedro, mordiéndose las uñas, observaba la rapidez con que se movían aquellos números digitales que marcaba la pantalla. Minutos, segundos que se veían calmados por el rostro frágil y liviana de su novia. Entonces nada parecía importarle. Pero, debió ser la acumulación del humo en el coche o el frío de la mañana el que hizo toser, suavemente, a nuestra Sofía, que con la fragilidad de una melodía de jazz abrió un ojo, y después el otro, y después se llevó una mano a la boca. Irguióse con la velocidad que provoca una pesadilla o un nervio que ronda la mente. Sabía lo que había ocurrido.
-¡Nos hemos quedado dormidos, Pedro! ¡Dios mío! ¡Qué fatalidad! ¿Qué hora es?
-Cariño...son las 7. Buenos días, no te preocupes, tú no tienes culpa de nada. No tenemos culpa, nos quedamos dormidos y ya está. Se estaba tan bien aquí...
-Cómo se nota que no conoces a mi padre. Dios santo. Debe haber movilizado a todo el pueblo. Vete a saber lo que habrá pensado. Pero si me duele por alguien es por mi madre. Al fin y al cabo ella siempre ha aprobado lo nuestro...
-Tranquila, Sofi, de verdad, mi vida. Ahora mismo vamos para allá. Arranco y nos marchamos. Se lo explicamos con talante y con sosiego y no pasará nada, ya lo verás. Somos mayorcitos, ¿Qué nos van a hacer?
-Yo se de lo que es capaz mi padre...es capaz de encerrarme en casa para que no me veas de ninguna manera.
-Derribaré las portillera y la puerta de tu casa si es preciso, pero yo sin ti no me quedo y eso lo sabes bien. Vámonos.
A la mayor velocidad que pudo, Pedro se encaminó por las pistas de grava que conducían hacia Burunchel. Tenía que ganarse como fuere la confianza de su "suegro", el brusco Toño, que aunque hombre humilde era conocido por su fuerte carácter. Tan sólo se habían quedado dormidos. Y no todas las noches tenían ese placer de poder dormir abrazados, eso era un lujo. Por eso, aunque nerviosos y preocupados, no podían disimular la sonrisa esbozada en su rostro. Aparcó el coche junto a la pared de piedra que cercaba la vivienda de los Montijo y, agarrados de la mano, se encaminaron hacia la puerta metálica que daba paso a la finca. Enrique estaba abonando unos terrenos de enfrente y pudo ver a la pareja en el mismo momento que se bajaron del coche. Como un energúmeno, bajóse del tractor sin tan siquiera apagar el motor. De repente, Pedro y Sofía vieron como se aproximaba a zancada limpia con una vara en la mano.
¡Hijo puta, pijo de mierda! ¿Quién te crees para llevarte a mi hermana por ahí? ¡Sofía, apártate de él porque te juro que le voy a hundir éste palo en las costillas! ¡Ven aquí, cabrón, se un hombre!
Enrique bramaba como un energúmeno. Sofía se abrazó aún más fuerte a Pedro. La puerta de la casa de los Montijo se abrió, saliendo Toño y Paloma alertados de tantos gritos. Sofía gritaba a su hermano para que se volviese a sus labores pero Enrique se dirigía con la vara en alto con gesto amenazante. 
-¿Qué es todo éste revuelo? -gritó Toño, que había salido al encuentro de la joven pareja junto con su esposa. Paloma corrió hacia su hija a darle un abrazo. Con lágrimas en los ojos y tras susurrarle algo al oído también abrazó a Pedro, pues se alegró de verle de vuelta con su hija, fuera quien fuera o fuera cuál fuera su apellido.
-Señor. Déjeme que le explique...-Comenzó Pedro. Enrique había bajado su improvisada arma y, aún nervioso y enfurecido lióse a palos con un olivo.
-No tienes que explicarme nada. Largo de aquí. Deja a mi hija. ¡Déjala en paz! ¡No te quiero ver ni a cinco metros de ella! No te vuelvas a acercar a ella ¿Estamos? Desde el primer momento tuvo que haber acabado con ésto. No queremos nada de ti ni de tu familia. Así que te puedes llevar ésto, que es tuyo. Pero mi hija no es tuya. ¿Estamos?
Se sacó del bolsillo del mono de trabajo los sobres con los últimos pagos que los Segura-Roldán habían entregado a Enrique por sus labores de desbrozo y demás en varios de sus terrenos. Con gesto de pocos amigos y cara de asco los lanzó a los pies de Pedro, quien estupefacto no sabía mantener la firmeza en su rostro. Tras ello, y desatendiendo los gritos de llamada a la calma de Paloma y con Sofía llorando como una descosida, asió del brazo a su hija y la metió dentro de la finca sin permitir tan siquiera despedirse de su amado. Enrique, con un gesto de orgullo, lanzó lejos la vara y encaminóse de nuevo al tractor para proseguir con sus faenas. 
Pedro, con el rostro desencajado se apoyó en su coche, sin fuerzas. Escuchaba gritar a Sofía, ya en la lejanía, después de que su padre cerrase toda aquella patética escena con un fuerte portazo. Paloma, que tan sólo quería el bien de su hija, se quedó también inmóvil, junto a la puerta principal. A escasos metros de Pedro, al que miraba afligida. Rompió a llorar, pues conocía de sobra el amor que ambos se profesaban.
-No te preocupes, hijo. La vas a volver a ver. Como me llamo Paloma que la volverás a ver...
Fueron las indignadas palabras entre dientes de la matriarca de los Montijo. Cuando un amor ha comenzado no lo puede parar nadie.

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