Bucea por KukupaPunda Productions

miércoles, 15 de mayo de 2013

Cap.8: La caza mayor


Fueron días de duelo en la comarca, de mucho trasiego. Ir y venir de coches, de pésames en la hacienda de los Segura-Roldán. Todos, de repente, decían ser grandes amigos de Jose Ignacio. Su funeral fue un evento de interés turístico regional, desde todos los puntos de la junta; políticos de todos los partidos, empresarios, críticos culinarios pasando por jefes de cocina de los más importantes restaurantes de la zona hasta artistas de la música o el cine quisieron rendir su último saludo a un hombre desconocido. De J.Ignacio poco se podía decir pues poco había dado que hablar. Desde que en los convulsos tiempos de la transición comenzó su militancia en UCD como concejal de la comarca de Cazorla hasta su relativa notoriedad en la diputación con el Partido Popular sólo se sabía de él que era licenciado en derecho económico y que estaba casado con una de las magnates del aceite andaluz. De su día a día poco o nada se sabía, había sido él hombre de discreción y castrense seriedad. No era amigo de las cámaras ni le hacían demasiada gracia los medios de comunicación, a diferencia de muchos de sus compañeros de partido.
Quizá fue su misteriosa muerte o el morboso halo que rodeaba aquella situación los que motivaron la aparición de multitud de periodistas, tanto de la prensa "seria" como de la "amarillista" y rosa con el fin de sonsacar información a alguno de los vecinos, nuevos datos, nuevas mentiras. Llegó, incluso, a producirse algún desafortunado enfrentamiento entre algún vecino de la zona y ciertos periodistas. Pero, fuera de toda esa marabunta de rumores, cotilleos e intereses se alzaba una familia rota por el dolor. Todos los hijos de los Segura-Roldán ocupaban el primer banco de la Iglesia, frente al altar, donde Don Eucelio, párroco del pueblo oficiaba, probablemente el sepelio más concurrido de su historia. Junto a un visiblemente afectado Pedro estaba su inseparable Sofía, involucrada más que nunca en su novio para secar lágrimas y ser su fiel apoyo. Paloma, toda de negro, con un gesto compungido hallábase en la segunda fila, justamente detrás de la pareja, siendo un apoyo también en todo momento. De Azucena, como era esperado, nada se supo, lo que alimentó aún más las tertulias de todos los debates y las envenenadas letras de muchos víperos. Lo cierto es que, desde aquel célebre enfrentamiento ninguno de los vástagos de Azucena y José Ignacio habían tenido contacto alguno con su madre. Ni un mensaje, ni una llamada. El orgullo y el profundo sentimiento de vergüenza que Azucena debía tener alojado en su cuerpo le habían llevado al más oscuro de los ostracismo, un exilio voluntario del que, por otra parte, nadie se preocupaba.
Aquella noche fue dura. Una fugaz cena familiar con escuetas conversaciones sobre el nuevo rumbo que había tomado la olivarera, alguna referencia al gran sentido del humor de su padre y una fría despedida entre hermanos. Antes de medianoche Pedro y Sofía estaban juntos en su cama, abrazados como otras veces, pero con un gesto que aunaba estupor y tristeza. Pedro no prefería hablar de lo sucedido, pero la procesión iba por dentro. Sofía se despeinaba entre suspiros y pensamientos intentando descifrar lo ocurrido y, por supuesto, dando vueltas a la misteriosa carta que habían recibido el mismo día de la noticia. Ninguno de ellos podía dormir, pero el amor los mantenía envueltos en una capa de protección mutua, de valor ante lo que pudiera venir, de la fuerza nacida de una caricia, una mirada o una palabra esperanzadora. La hacienda se hallaba en silencio. El silencio nunca miente y, aquél era más fuerte que el lujo que desprendían aquellas paredes. 
Los rayos de sol proyectados entre las rendijas de las persianas despertaron el ligero sueño que unía a los novios, aún en la misma postura en la que les dominó el sueño. Debían haber dormido media hora, o tres cuartos de hora, pero el caso es que ni cansancio tenían, pues la tensión los mantenía en vilo durante toda la jornada. Para más inri era Lunes y debían continuar con su negocio. No paraba de producirse aceite en la nueva cooperativa y, todos los supermercados, restaurantes y comercios en general de la región demandaban ese aceite. Compradores italianos, portugueses, incluso firmas japonesas habíanse fijado en la nueva marca. Si en lo personal todo estaba siendo angosto y de mal gusto, en lo económico parecía establecerse una fama cada día más real. Pedro tenía su despacho repleto de papeles: firmas para comercios, albaranes, actas y hasta la firma con un conocido director para rodar un elegante spot con el fin de llegar a todos los rincones de las televisiones europeas. Rebanada de pan con aceite y café espresso doble, como todas las mañanas es lo que Pedro reclamaba a la servicial Lupita. Sofía aquella mañana no fue a echar una mano, como era rutina, a su madre en la vieja hacienda Montijo, pues sentía fuertes molestias de estómago aquella mañana. Ya había tenido que ir dos veces a vomitar. Pedro la recomendó quedarse tranquila en la cama, con calor y prometió visitarla cada media hora.
Pedro se encargó de comunicar a Paloma que aquella mañana Sofía no podría acudar a sus labores. Había mucho trabajo en ambas haciendas, y Paloma insinuó que necesitaría mas ayuda, por lo que Pedro comenzó a barajar la posibilidad de incorporar más mano de obra, más empleados. 
En la más profunda concentración, inmerso en los documentos, dejándose la vista en la letra pequeña, aún, asaltábanle a Pedro los recuerdos de su padre, y luego de sus padres juntos, cuando eran la familia tan respetable y adorada por todos. Una lágrima rodó entre los blocs. Pero le siguió una sorpresa a sabiendas de que la mujer de su vida estaba justo encima de él, latiendo por él, sufriendo y riendo con él. Un nuevo camino. 
El pueblo había entrado en una nube de contaminación acústica: Sirenas de policía, bomberos, señales ópticas que se filtraban entre las rendijas de los estores del despacho de Pedro. Tanto fue así que decidió correrlos y ver lo que ocurría en el exterior. Vio un convoy de bomberos custodiados por furgones de la Guardia civil y Policía nacional por lo que, decidió salir fuera a preguntar qué ocurría. Un agente regulaba el tráfico por el camino de grava que rodeaba la finca. Al parecer un incendio provocado se estaba comiendo varias hectáreas de olivos, eran sus olivos, y varias fincas estaban en peligro, también había llegado a una de las naves principales de la empresa, de la cual habían sido desalojados todos los operarios, por suerte no había ningún herido. El corazón de Pedro dio un vuelco. Sin saber bien qué decir ni qué hacer pidió a uno de los agentes que lo llevaran hacia el lugar de los hechos. Allí pudo contemplar con sus propios ojos como ardían todos sus sueños, como ardía su sustento y la abominable escena de los empleados cubiertos de hollín desesperados llevándose las manos a la cabeza. Automáticamente Pedro relacionó aquello con la tragedia vivida días antes, todo le llevó a aquella amenazadora carta.
Una nube de humo negro cubría el cielo junto al sonido de las estructuras de la nave desplomándose y el crujir de los olivos presa de las llamas.
Entre todo aquel despliegue policial y de bomberos iba formándose un cúmulo de curiosos que querían saber que sucedía y, entre ellos, Paloma gritando con todas sus fuerzas y avisando que sus campos de olivos también estaban envueltos en llamas. Llegó el momento que tuvieron que llamar a los bomberos de la comarca limítrofe, pues no disponían de dispositivos suficientes para apagar aquel averno improvisado. Se trataba de un claro atentado contra la firma Segura-Roldán y Montijo.
Sin mediar palabra Pedro, absorto en un vaivén de pensamientos, impotente, encaminóse hacia su hacienda para intentar explicar a su amada todo aquél repentino espectáculo de mal gusto que se estaba viviendo antes de que se enterase por los informativos. A su paso sólo veía olivos calcinados, tierra negra, ceniza y olivas esparcidas por el suelo, otrora tierra fértil. 
Cuando subía las escaleras de casa pudo advertir sollozos provenientes de su habitación. Intuyó que Sofía podría haber sido testigo de los hechos si había mirado por la ventana o por si había saltado el informativo especial con la noticia, mas fue otra la realidad que se encontró al abrir la puerta. Sofía se hallaba tendida en la cama, aún en camisón, con un artilugio,que no pudo ver en un primer momento,entre sus manos. 
-¿Qué ocurre, cariño? ¿Por qué lloras? ¿Qué ha ocurrido?
Cuando vio aparecer a su novio Sofía rompió en llanto, mas no era un llanto de dolor ni de amargura, y de hecho en ocasiones se le dibujaba una sonrisa en el rostro.
-Pedro... ¿Ves esto? Estoy embarazada.

C    O    N    T    I    N    U    A    R    Á     .    .    .

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