"Joooooder, negro"- eso debió decirse para sus adentros Faustino en el momento que aquella espiritual belleza morena lo miraba con unos enigmáticos ojos como entre llorosos y vivaces. Del color del azabache, al igual que su frondosa melena de tacto aterciopelado. Aquella aparición tenía su por qué. Faustino llevaba meses sin dejar de pensar en el sexo opuesto, era algo ya casi enfermizo. En el rezo del rosario, durante sus pitanzas en el refrectorio, en el lecho bajo la justiciera mirada de un Cristo que cada noche se jugaba la paciencia intentándole explicar que las mujeres son hijas de Satán, secretarias directas de las oficinas del Érebo, o como diría años después el archidiácono Ernesto Sevilla. La figura de Carmina se le antojaba como una representación de tantos años de cánones de belleza, un manojo de curvas praxitelianas y facciones clásicas en el rostro, a modo de koré arcaica, con esa sonrisa tímida y ojos almendrados. Faustino estaba erecto. Temblaban los baldosines de la sacristía y quitóse el alzacuellos pues la respiración era ya propia de los beats de una sesión de Hard House. La aparecida no decía nada. De vez en cuando gesticulaba con el dedo índice como diciendo: "Ven", pero si bien Faustino atrevíase a avanzar un paso ella daba dos para atrás.
-Ésto no puede ser. -Se repetía Faustino y volvía a frotarse los ojos para cerciorarse de que no era un sueño.
-No has nacido para cura -Dijo de repente con una siniestra voz la pálida invitada en aquella arrabalesca escena.
En ese momento una banda sonora de lo más caótica, como una especie de Free Jazz fusionado con el más neurótico Drum & Bass, todo ello regado por el "Puer natus est nobis" e incluso algún quejido camaroniano. El hecho es que su cabeza comenzó a sufrir unos agudisimos pinchazos, al estilo Max en Pi, todo parecía sacado de una escena de Darren Aronofsky, que por aquél entonces ya había rodado "Bienvenido Mr. Marshall" y "Sor Citroën". Cerró los ojos apretando con una fuerza titánica. Quería evadirse de aquella extraña aparición, enviada desde los mismos sótanos del averno para pervertirlo y convertirlo en un humano más, es decir, una persona insustancial que se lo piensa en comer, beber y follar, y no en los problemas que acaescen a ésta nuestra maltrecha y ajada comunidad cristiana, que está cerrada por derribo.
-¡Padre! ¡Padre! ¿Está usted bien? ¡Padre, por Dios diga algo! -sacudíale Doña Remedios visiblemente preocupada. La sacristía olía a cerrado de varios días. El padre Faustino estaba en su butaca con la cabeza hacia atrás, con la babilla colgando, con un gesto de horror en su rostro.
-¿Qué...qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Quién es usted? -Faustino estaba completamente aturdido, en su cabeza no dejaba de sonar aquella extraña melodía que no dejaba de roer cada una de sus neuronas. ¿A qué día estamos, señora? -dijo resignado sin lograr entender ni reconocer nada de lo que tenìa a su alrededor. Con sus miedosos ojos recorría la sacristía en busca de la aparición que había causado todo ese mal. ¿Y ella? ¿Y ella dónde está? -no dejaba de repetir. Doña Remedios no lograba entender nada.
-¿Quién es ella? Padre, está usted muy raro, hace una semana que no sabemos nada absolutamente de usted. No ha habido confesiones, no ha habido misa por el señor Demetrio...y ¿ahora me pregunta por una mujer? ¿Qué está pasando, padre? -decía Remedios entre enfadada y atónita por tanto misterio.
-Claro...ahora lo entiendo todo. -Faustino comenzó a descifrar cada uno de los mensajes ocultos que aquella aparición carmínica, aquellas melodías propias del inframundo y todo aquel halo de peligroso erotismo sólo quería decir una cosa. Faustino no había de renunciar a las mujeres. Pero no por ello estaba dispuesto a perder su fe. -Venga usted aquí, Doña Remedios.
-¿Qué...qué ocurre?- De repente un gesto de estupor en su cara. ¿Qué hace con la sotána? ¿Por qué se la baja? ¿Qué...qué pasa? ¡Agh!
Faustino siempre se confesó amigo de la belleza. Da igual el color, la raza o la edad. Era un tío liberal.
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