Bucea por KukupaPunda Productions

domingo, 20 de mayo de 2012

Cap. 1X10





 
Habíamos dejado a Faustino maldiciendo en hebreo y clamando ese plato que es mejor servido en frío, oséase, vendetta, venganza, con V de vainilla, del verbo violar, de vagina y volante, en el pórtico de la sacristía de la iglesia de San Andrés de Valdebárcena, que también se escribe con V, por cierto.

Al poco tiempo, por ejemplo dos días, apareciósele por fin quién sería el encargado de llevar judicialmente su delicado proceso. Pesaban sobre Faustino varias acusaciones, entre las que se encontraban las de intento de violación con premeditación y alevosía, desacato a la autoridad (no sé de dónde se sacó esto el maldito fiscal de la acusación) y también un presunto abuso de autoridad (ya ves tú).

El archiconocido abogado Carl Schmitt llegó enjuto, como mojamuto, maletín en mano y ataviado cual exorcista. Serio, grave, con gesto suspenso, alargó su mano hacia Faustino y saludarónse con enigmática frialdad. Eran viejos conocidos y tan solo con una mirada podían comunicarse la situación. Tampoco es que hiciese falta mucho más, todos sabemos que el joven cura era culpable. De lo que se trataba era, pues, de maquillar un poco la realidad y convencer al juez instructor del caso, un novel jurista con nombre de rey mago, y de apellido Garzón.

La férrea amistad de nuestros dos personajes venía forjada de los tiempos de zagal de ambos, cuando coincidieron en varios campamentos de verano organizados por las juventudes del NSDAP. Allí, los dos jóvenes talentos ya despuntaban en sus respectivas inquietudes y mostraban ya su innato talento. El risueño Carl (que por aquellos entonces se hacía llamar Milton, en homenaje a Al Pacino en el extraordinario film de Taylor Hackford), jugaba a ser dueño de un bufet de abogados en el que él era el jefazo, haciendo que chavales de su edad se enfrascaran en absurdas discusiones que él mismo planeaba, para después condenar o declarar inocente según su veredicto. Por supuesto siempre había que matar a alguien, ese era su lema. Por su parte, Faustino, fantaseaba con ser cardenal, arzobispo, o si la ración de comida mezclada con almizcle había sido copiosa, con ser Sumo Pontífice, con mitra y todo, oficiando ceremonias católicas en cualquier rincón de Austchwich, donde tenían lugar los campamentos.

Diversas fuentes aseguran que medió entre ellos una tan grande amistad que incluso derivó en diversos encuentros carnales. Hay quién asegura incluso haberles visto en los sucios barracones jugando al teto a altas horas de la madrugada, mientras los demás inocentes niños dormían. Pero como dice la mítica canción de Los Ilegales que posteriormente inmortalizara Wilfrido Vargas: "no hagas caso a esas jugadas, son rumores, son rumores..." y nadie ha podido (ni acaso se ha atrevido) a corroborar esas afirmaciones, y de los pocos que lo han hecho nunca más se supo nada.

Carl Schmitt solamente dijo:
-Faustino, amigo, tú tranquilo que te voy a enseñar como hacemos las cosas allá por Baviera. Una zorra cualquiera no va a joder tu reputación ni mucho menos tu vocación. Pero antes, ¡qué demonios!, vamos a contarnos qué tal nos va, hace mucho que no nos vemos, viejo amigo.

El afamado licenciado soltó el maletín encima de la mesa y abriólo para extraer de él, cual mágico Doraemon, una botella de buen vino francés, Vignoble d'Alsace, que habíale enviado el general De Gaulle, un par de copas, algo para picar entre tanto y un envase que contenía farlopa como pa una boda; también un radiocassette pa poder bailar, como en una discoteque, cientos de libros entre los que se encontraban "El código Da Vinci", de Dam Brown, "El alma buena de Sichuan", de Bertolt Brech y una autobiografía de Ramoncín, con el que también habían compartido campamento nuestros simpáticos personajes y al que ayudó Schmitt cuando el rey del pollo frito tuvo sus más y sus menos con la justicia. Ése era Carl, bondadoso, afable, siempre comprometido, siempre leal; nunca rehuyó de ayudar a sus amigos, teniendo por máxima aquella frase latina: "lex dura, sed lex"

Así pues,entre copa y copa, y raya y raya, se fueron contando el devenir de sus frenéticas y exitosas vidas mientras la noche se iba acabando, dando paso a lo que sería un ajetreado día de trabajo.


FDO: Angio

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